UN ARTEFACTO DIABÓLICO


En primer lugar, que conste que no tengo nada en contra de los cachivaches que nos levantas los pies del suelo, es solo que yo les tengo un miedo respetuoso, sobre todo, a aquellos que se empeñan en desafiar la ley de la gravedad para jarrearnos sin ningún tipo de compasión.


Una tarde, en clase de narrativa, el profesor nos propuso escribir un texto en presente y que además, por aquello de facilitar las cosas, estuviera en primera persona. Por cierto, a las que os gusta escribir, os recomiendo que hagáis una prueba.


Esto fue lo que salió


¡Socorro! Mi cabeza gira como la cabeza de la niña de El Exorcista. Quiero que esto pare para poder bajar de una vez. El estómago es otra de las partes de mi cuerpo empeñada en no permanecer quieta en su sitio, y las piernas suben y bajan como si estuvieran rotas por la rodilla.
Me dicen que es una experiencia maravillosa. Una experiencia, desde luego que lo es. En cuanto a lo de maravillosa, tendría mucho que decir al respecto. No veo la maravilla en estar encaramada de este armatoste, que es la copia exacta de una nave espacial. Si hubiera querido viajar en una, sería astronauta, no una funcionaria aburrida.
Diez, nueve, ocho… Odio la altura, odio la velocidad. ¿Qué demonios hago aquí arriba? Tres, dos, uno… Una mano se apoya con timidez en mi brazo, y una voz alta y poderosa, no sé cómo puede permanecer así después de semejante vapuleo, me dice: “Hemos llegado”.
Abro los ojos con lentitud y miedo a la vez. Parece que, por fin, nos hemos detenido. Separo la barra metálica que me mantiene unida al asiento para evitar que salga despedida como un cohete de la rampa de lanzamiento, e intento ponerme en pie. Mis piernas se doblan como si en estuvieran hechas de gelatina, y vuelvo a caer sentada sobre el duro asiento de esta máquina infernal, que me atrae como si yo fuera un pequeño alfiler colocado junto a un imán. Al segundo intento lo consigo. Todavía temblorosa y con la ayuda correspondiente, consigo dar unos pasos inseguros. Ahora viene lo mejor, bajar las escaleras con algo de dignidad en vez de caer rodando por ellas. Sujeto con fuerza el brazo que me mantiene erguida, y desciendo simulando una seguridad que no tengo. Al pisar tierra firme sin haber hecho el ridículo más espantoso, lo único que viene a mi mente es decir: “Prueba superada”.
Mis amigos dicen que éste es uno de los mejores sitios para divertirse. ¡Ja! Error monumental. La próxima vez debo informarme de lo que ellos entienden por diversión. Si que te pongan cabeza abajo, te lancen como si fueras el hombre bala, o te dejen caer como si arrojaran un balón desde la terraza del Empire State, es divertido, prefiero aburrirme de forma soberana. Estar en este sitio es como encontrarse con el atracador que te da a elegir entre susto o muerte.
Miro a mi alrededor y veo a multitud de personas que parecen pasarlo en grande, pero también es cierto que aquí y allá, distingo algunas que parecen tan perdidas como yo. Seguro que también cayeron en la trampa.

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