¡BIENVENIDOS AL FIN DEL MUNDO!
Otro año más nos sumergimos en los relatos de miedo, terror o como queráis llamarlos. Si queréis leer más, o queréis participar, pasaos por el blog de Teresa Cameselle. Desde él tenéis enlaces a los blogs participantes. Buena noche de espíritus y brujas.
A continuación os dejo mi contribución a esta noche.
Unas inesperadas vacaciones
Marisa
estaba contenta. Ese día comenzaban las vacaciones. La clásica cantinela de los
niños de San Ildefonso sonaba por todo el pasillo de la oficina, anunciando la
llegad oficial de la Navidad.
-Marisa,
acelera. Ya se ha ido todo el mundo.
-Adelantaos
vosotras, quiero terminar esto antes de irme -Señaló unos papeles a su
compañera.
-Te
esperamos en el restaurante.
Habían
quedado todos para desayunar juntos antes de despedirse.
Los
sonidos se fueron apagando sin que Marisa fuera consciente de haberse quedado
totalmente sola. Un crujido a su espalda la hizo levantar la cabeza. Observó
que la mañana había adquirido un color plomizo. El sol había desaparecido,
oculto tras unas nubes cada vez más negras. Otro chasquido, como si una rama
seca se partiera, volvió a sobresaltarla. Ya no se oía la radio, ni voces.
Nada. Un silencio pesado, antinatural la envolvía. Un rayo cayó al otro lado
del cristal. La serpiente de luz fue seguida de un estruendoso trueno que la
hizo dar un salto en la silla.
Oyó
unos pies arrastrarse por el parquet. Alguien se había detenido en su puerta.
Sabía que estaba allí pero no lo veía. Sin poder evitarlo, un escalofrío se
extendió por todo su cuerpo.
-¿Quién
está ahí?
Fuera,
se había levantado un enorme vendaval. La luz se apagó, lo mismo que su
ordenador. Los relámpagos iluminaban el despacho de manera intermitente.
Se
levantó de un salto. Tenía que irse. Sentía una respiración justo en su nuca.
Estaba segura de que había alguien justo a su lado. Extendió la mano en la
oscuridad para no encontrar nada más que el vacio. El ascensor quedaba
descartado así que se dirigió a la escalera.
Una
voz susurrante sonó muy cerca de ella.
-Por
aquí, Marisa.
Sin
saber cómo, se encontró agarrada a la barandilla. La presencia seguía a su
lado. Una mano se apoyaba en su espalda en un roce sutil.
-¿Quién
eres? ¿Dónde estás? –Sabía que su voz sonaba histérica pero es que simplemente,
lo estaba.
Tenía
que alcanzar la calle como fuera o moriría de un infarto. El corazón le latía
tan fuerte que se le iba a salir por la boca. Los oídos le pitaban y el pánico iba
invadiendo su cerebro.
Una
vez en el vestíbulo, descubrió que no quedaba nadie. Corrió entre las sombras
hasta la puerta giratoria. Había dejado de llover y el viento había
desaparecido. Una inmensa quietud dominaba el ambiente. La presencia, asu lado,
resultaba menos amenazadora. La puerta se abrió sola, dejando a su vinta la calle.
No se veía nada, solo una tenue luz gris. Iba a dar un paso adelante cuando se
dio cuenta de que no había nada. Un enorme precipicio se extendía a sus pies.
-Te
he salvado –oyó decir con total claridad- ¿O no?