HALLOBLOGWEEN-CANTOS DE SIRENA

Fotografía de Menchu Garcerán
Todos los años, mi compañera y amiga, Teresa Cameselle nos convoca a unos días de miedo. Me gusta acudir a esta convocatoria porque es muy divertida y permite que nos conozcamos un montón de "blogueros" que andamos por ahí, cada uno con nuestras cosas y que coincidimos estos días y bajo el tema que Teresa nos pide. En esta ocasión nos pedía hablar sobre la muerte.También dice que hagamos un micro-relato. Teresa, lo siento, pero cuando lo leí ya me había ido a unas cuantas "líneas" más. Así que ahí lo dejo tal y como salió.

              ¡¡FELIZ Y TERRORÍFICO HALLOBLOGWEEN!!


Cantos de sirena
“Anoche soñé que volvía a Manderley” Rebeca leyó una vez más aquella frase que la transportaba a otro mundo, a otro lugar. Le encantaba sumergirse en esa historia tan familiar para ella.
 Se había metido en la cama y cubierto con un confortable edredón de plumas. Fuera, el viento agitaba las ramas de los árboles del jardín, que golpeaban contra los cristales de las ventanas con un sonido siniestro.
La lluvia golpeaba sobre la chapa del porche, el cielo se encendía por los relámpagos seguidos de su trueno correspondiente, arrancado aullidos de terror en Sir Kan, su fiel mastín.
Había dejado la persiana subida porque le encantaba sentir la furia de los elementos mientras se sabía protegida dentro de su casa, una casa antigua y cargada de recuerdos. Allí había crecido rodeada del amor de sus padres y de todas las comodidades que estos le habían proporcionado. Una infancia feliz hasta que su madre apareció muerta en el sótano y su padre se volvió, literalmente, loco.
El origen de la muerte había sido un accidente, según explicó la policía, pero ella no estaba tan segura. Su madre siempre decía que en el sótano existía una energía extraña que dominaba la casa, de hecho, jamás bajaba. Nunca pudo hacer entender a los investigadores que ella nunca habría bajado allí por voluntad propia. Y luego estaba la actitud de su padre, el estado catatónico en el que había quedado, no tenía ninguna explicación. Cuando lo encontraron en su cama a la mañana siguiente a lo que se suponía había sido el momento de la caída, solo repetía «No bajes», «No bajes» con la vista fija en un punto fijo y lejano.  ¿Qué habría visto? ¿Qué habría oído?
Habían pasado cinco años desde aquel suceso y ella no había abandonado su hogar. Aquella vieja mansión tenía ciertas similitudes con la de la novela que tanto le gustaba, incluido ese torreón en el que la vieja señora Danvers murió quemada.
Las luces vacilaron varias veces hasta apagarse definitivamente. La oscuridad la envolvió. Aquello empezaba a volverse feo. No le habría importado demasiado si no hubiera sido porque le pareció escuchar un portazo. La puerta principal era demasiado pesada para que el aire la moviera pero podía haberse abierto alguna ventana y haber hecho que la del salón se cerrara de golpe. Suspiró con fastidio. Tendría que bajar a comprobar que estaba todo en orden. Si entraba agua por las cristaleras abiertas, los muebles se arruinarían.
«No bajes»
Esas palabras retumbaron en su cabeza. La sacudió con energía. ¡Qué tontería! Tenía que hacerlo.
Las tablas del suelo de madera crujieron bajo su peso. Cuanto más silencioso estaba todo, más se oían los ruidos pequeños, incluidos el crujido de las paredes o el viento en el jardín. La planta baja permanecía en penumbra, la única luz provenía la de la luna llena, que entraba por el tragaluz del vestíbulo.
Un chasquido en la cocina atrajo su atención hacia allí. Al final, tendría que bajar.
«No bajes»
«¿Mamá?» Era la voz de su madre.
Se estremeció, no sabía si por el frío o por ese sonido tan cercano y conocido. Se estaba empezando a volver loca. Su madre no estaba allí. Nadie le había hablado.
Una fina línea de luz anaranjada se filtraba bajo la puerta del sótano. ¡Qué extraño!, se dijo. No hay electricidad ¿De dónde podría salir esa luz? ¿Y si era fuego? ¿Se atrevería a abrir esa puerta o saldría corriendo? Debería ponerse a salvo. Si era fuego, las llamas alcanzarían la madera en poco tiempo. Si abría,  el incendio se propagaría. La lógica le decía que saliera corriendo, sin embargo algo tiraba de ella hacia aquella escalera. Un canto de sirena ineludible. Caminar hacia allí la envolvía en un halo de tranquilidad y paz. No había problemas, solo una inmensa felicidad.
Avanzó hacia el calor y la luz. Su mano se detuvo sobre el picaporte, incomprensiblemente helado, de la puerta.
¿Abro? –Se preguntó mientras oía el golpeteo acelerado de su corazón.
 *****
Y como me gustan las casas terroríficas, os dejo otra que le tomé prestada a Laura Caballero en su muro de facebook.

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