LOS PADRINOS DE LA BODA. II PARTE




Hotel Senador. Varias horas después

Alex estaba feliz por ellos pero algo en su interior no le permitía relajarse. Por encima de la cabeza de su pareja de baile paseó la mirada en busca de Diana, quien desde la muerte de Roberto estaba muy rara. Él sabía que era una persona fuerte, había tenido que superar algunos escollos en su vida y para colmo un novio de lo más inadecuado había venido a terminársela de amargar. Bueno, pensó, no iba a permitir que nadie más le hiciera daño. Pero …¿dónde demonios se había metido? No la veía por ninguna parte y lo último que necesitaba era que se hundiera en una depresión.

-¿Me permite?

Esas palabras lo sacaron de sus pensamientos. Procedían de un joven que le pedía permiso para bailar con la morena. Con una gran sonrisa, hubiera podido besarlo, le ofreció la mano de su pareja, enormemente agradecido de que lo librara de ella. Saludó con una inclinación de cabeza y se dedicó a buscar a su amiga. Algo le decía que se había quitado del medio, más bien se había puesto a cubierto, y decidió buscarla en la terraza. No se había equivocado, allí estaba, apoyada en una columna, abrazándose a sí misma y mirando hacia el infinito. Un sentimiento indescriptible de ternura lo invadió, se aproximó por detrás y casi sin darse cuenta había pasado un brazo por sus hombros

-Estás bien? – preguntó al notar que se sobresaltaba.

Ella giró la cabeza y levantó la mirada hacia él

-Sí, solo estaba descansando

Volvieron a quedar en silencio, él rodeándola con su brazo y ella, al fin, relajada contra su cuerpo. Hay veces en que los silencios son más significativos que un torrente de palabras y ellos se entendían perfectamente sin necesidad de ellas.

-¿Ya has dejado a tu morena? – habló ella finalmente

-Bueno, me ha costado un poco librarme de ella.

-¿Librarte? – lo miró incrédula y con cierta dosis de ironía – tu no te has querido librar de una mujer guapa

en tu vida.

-No exageres Diana – dijo un poco fastidiado – además ahora estoy con la mujer más bella de la fiesta ¿por qué voy a querer estar con otra?

-Apúntate una colega – le dijo señalándolo con el dedo índice y separándose un poco de él – pero conmigo

no te vale. Te conozco.

Dicho esto se dirigió hacia las escaleras que llevaban al jardín.

-Eh! – protestó bromeando – que lo he dicho en serio. ¿Dónde vas?

Ella se detuvo y se volvió para esperarlo

-Voy a dar un paseo – dijo mientras se quitaba los zapatos de tacón - ¿vienes?

-Claro – aceptó de inmediato.

En unos segundos caminaban uno junto a otro. Diana sentía la humedad del césped bajo sus pies descalzos, eso la mantenía unida a la realidad, si no, hubiera pensado que todo aquello era un sueño. Alex, solícito y amable, paseando junto a ella bajo la luz de la luna como una pareja de verdad. Iba tan distraída que una pequeña piedra la hizo tropezar. Sin mediar palabra Alex la agarró de la mano y siguió caminando. Eso faltaba para completar el cuadro, pensó ella cerrando los ojos.

Una carcajada salió por las ventanas del salón. “Es Ana, pensó, ella ha encontrado al hombre de su vida”, “Y tu también”, le dijo una vocecita cruel, “solo tienes que hacer algo al respecto”. Intentando apartar esas molestas palabras de su cabeza reanudó la conversación

-Son felices ¿verdad?

Él asintió, había estado pensando lo mismo.

-Si, tienen suerte de haber encontrado lo que buscaba.

-¿Y tu? – aquellas palabras salieron sin permiso de su boca.

-¿Yo?

-Si, tú. ¿Han encontrado lo que buscabas? – casi le daba miedo conocer la respuesta.

Él la miró de forma enigmática y contestó

-Quizá.

-Muy expresivo por tu parte Alex – dijo ella molesta.

-Yo puedo preguntar lo mismo. ¿Has superado lo de Roberto?

Ella se quedó pensativa, después decidió hablar con sinceridad

-Si no lo hubiera abandonado, a lo mejor no estaría muerto, pero me di cuenta de que no le quería, que mi

sitio no estaba con él sino aquí, contigo.

Alex sintió que su corazón se ensanchaba y aceleraba a la vez. Ella pensaba que su sitio estaba con él, pero ¿se refería al trabajo o había algo más?, tenía que averiguarlo.

-No puedes sentirte culpable – se detuvo, la llevó hasta un banco de piedra y se sentaron sin que él hubiera

soltado su mano. Sus voces eran suaves, bajas, como si temieran romper algún tipo de encantamiento si las

elevaban – no puedes permanecer junto a alguien que no quieres por obligación o lástima.

Ella bajó la cabeza y miró sus dedos entrelazados. Se sentía derrotada. Quería a aquel hombre y se sentía enormemente triste de ver que no podía tenerlo.

-Diana – susurró él empujando su barbilla y obligándola a mirarlo- ¿qué te pasa?, no estás bien, lo sé.

Los ojos de ella se llenaron de lágrimas, estaba triste, casi desesperada y la ternura con que él la miraba desbordó el dique. Negó con la cabeza incapaz de pronunciar ni una sola sílaba.

Alex no soportaba verla llorar, ella era fuerte pero en esos momentos la veía hundida.

-Diana, mírame – le dijo suavemente sujetando su cabeza con ambas manos.

Ella obedeció, lo miró con los ojos cuajados de lágrimas y con todo el amor que sentía por él. Quería tener lo que Ana y David tenían, quería sentir que él la quería tanto como ella lo hacía.

Alex no sabía muy bien que había en aquella mirada pero intuyó que algo muy serio e importante pasaba entre ellos y no quiso dejarlo pasar. Con cuidado besó sus ojos y siguió el rastro de sus lágrimas por las mejillas. Cuando la oyó suspirar no esperó más, ya había esperado suficiente. Un ronco gemido escapó de su garganta antes de besarla, si después lo tiraba del banco le parecería muy bien, pero en ese momento nada ni nadie le iba a impedir que la besara. Sintió el sabor salado de las lágrimas en su boca y decidió borrar todo rastro de tristeza de su rostro, si era a base de besos, así sería, se emplearía a fondo, pero quería verla sonreír de nuevo. La besó primero suavemente, luego con pasión, sin control. Poco a poco se iba encendiendo, ya no quería solo consolarla, quería poseerla, poseer su espíritu, su voluntad, su amor. Cuando esa palabra caló en su cerebro abrió los ojos de golpe, por fin sabía lo que quería. La quería a ella.

-Diana, te quiero – dijo casi asombrado por el descubrimiento. Ella abrió mucho los ojos, iba a decir algo

pero él no la dejó terminar – ya sé que es un poco raro y que a lo mejor no lo esperabas, pero creo que

podemos ser felices juntos, que…

Diana no lo dejó continuar, le tapó la boca con la suya y durante unos minutos se olvidaron de lo que iba a decir

-Estoy de acuerdo contigo, no te acostumbres a que te de la razón, pero esta vez la tienes. Podemos ser

felices juntos, te quiero.

Y olvidados de todo lo que les rodeaba, incluida la mirada indiscreta y satisfecha de los novios, dedicaron el resto de la velada a demostrárselo.

FIN

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