LA MUJER MISTERIOSA


Ayer leía y disfrutaba, como siempre, de la “Patente de Corso” de Pérez Reverte. En esta ocasión sacó su lado más poético o, por lo menos, a mí me lo pareció. Contaba que estando en Venecia había tenido una experiencia algo perturbadora. Esta palabra es mía pero es así como yo la definiría. El caso es que al salir de la ducha, la luz del atardecer que entraba por la ventana proyectaba un juego de luces sobre la pulida madera de una puerta (ésta sería la explicación lógica y científica), vio reflejada una mujer que se peinaba. Tan clara era la visión, que volvió a entrar al baño a comprobar si allí dentro había alguien, para descubrir que realmente estaba solo.
Pues bien, nada más leer la anécdota, mi imaginación comenzó a volar.
Venecia. Un posible fantasma de mujer. Elementos, sin duda apropiados para unos cuantos argumentos. Yo me incliné ¿por qué no? por una historia de amor.
La ciudad de los canales, misteriosa al atardecer, cuando la luz anaranjada arranca reflejos al canal, o toda la gama de azules, desde el gris plateado del agua en calma al azul oscuro de los edificios que se recortan contra el cielo una vez que el sol ha desaparecido, una mujer que espera durante siglos la llegada de su amor, un noble que prometió un pronto regreso en su despedida, aquella mañana que los hombres del duque fueron a buscarlo.
Ella peina su larga cabellera despacio, sin prisa, una y otra vez esperando su regreso.
Él lanza una mirada triste a través de la celosía de piedra del puente de los suspiros. Lo último que ve, un rayo naranja reflejado en el canal y la sombra de una mujer que cepilla su pelo rubio mientras espera.

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